En un nuevo intento de cambiar mis malos hábitos, salto de la cama en una mañana cargada de pretensiones, dejo todo lo negativo atrás y me dirijo al recoveco donde la esperanza aun duerme plácida en el regazo de la incertidumbre.
Ya en el metro, analizo la inventada desdicha que imagino en los demás pasajeros, mientras, la música que escucho edulcora mis oidos y ese rato de existencia.
Completando un ciclo cientos de veces repetido y mecánico, un pie escapa del otro, y este ultimo alcanza al primero, yo mientras me fio y me dejo llevar y los sigo, son mis pasos, despues de todo.
Se vé que al redactor encorbatado y con traje no advirtió que suele ser fundamental adjuntar en la hoja informativa los requisitos mínimos para almenos tener la opción de optar a un suculento piso de 44m2 por 90 mil euros.
Tras la cola de hora y media de pie en la calle y la negativa posterior del administrativo ante mi solicitud, retrocedo sobre mis pasos desbaratandome en cada zancada como un niño con la enfermedad de los huesos de cristal.
Me reduzco, me hago pequeño y me siento vulnerable a una sociedad reglada y estructurada solo para unos pocos y con unos roles claramente establecidos: El que tiene, tendrá más y el que no, seguirá chapoteando en el oceano de la diafanidad con la intención de sobrevivir para postergar un rato su desasosiego.
Hoy solo pienso en mudarme a mis sueños, allí mi felicidad no depende de trámites.