¿Te acuerdas? Mi hermana y yo nos peleábamos por coger tu mano derecha al salir del portal de casa camino al colegio, hacia frío, tenía miedo y ganas de regresar a la cama, tu dirimías nuestras diferencias con equidad y me abrochabas aquel abrigo rojo y gris que tuve, ese en el que se me ve en las fotos, cubriendo aquel cuerpo que portaba tan rechoncho, nos dejabas en el colegio y yo no quería que fuera así, a las 16 nos recogías, yo sonreía de verte y volvían las peleas manuales. Un día llegaste tarde y yo, asustado blandí mi cara apoyando las palmas mis manos desde la mandíbula a las sienes, apretujando mis nutridos mofletes y me senté en el bordillo del porche del patio, asustado mirando hacia la valla de entrada, pensando que tu ausencia era tan inusual que te debería haber pasado algo grave, te vi venir y salí corriendo a por ti mientras mi hermana ya te estaba echando la bronca, que insensata.
Al llegar a casa, levemente me acuerdo: Los mundos de yupi, o barrio sésamo y un bocadillo de jamón serrano cortado en trocitos pequeños, o de nocilla untada en un trozo de barra de pan, del cual tardaba poco en hacer cuenta.
En verano íbamos a la playa, los veranos de mi infancia se llaman Santa Pola, yo huía de la muchedumbre de la playa para colarme, ávido de mar, entre la gente hacia donde me cubría el agua a coger caracolas con ermitaño dentro, conchas y ver peces, tu te preocupabas y me decías que no me alejara mucho de la línea imaginaria que trazaba la enorme sombrilla roja y blanca que hundía el yayo en la arena y parecía que mi regreso era paz para ti.
Recuerdo esos jerséis que tenías, uno de rayas anchas horizontales blancas, azules y rojas (o amarillas), yo era muy pequeño y tú estabas guapa con el, después otro horrible amarillo de esos que no tiras porque te da "no sequé".
Veintitrés años sin faltarme atención, mientras tu vida abandona su ser para desembocar bifurcada en dos brazos, Cristina y Raúl.
Y va conmigo, pesándome y acercando mi epicentro al suelo todos esos desvelos y disgustos superfluos que fui aportando en tu vida y que quizá ayudaron a conformar algún pliegue cutáneo en tu tez o si pienso cuantos minutos de vida pude restarte.
Y ese soy yo, ese desagradecido al que le llamas mi tormento y le dices que es él quien te quita y te da la vida.
Y pienso en tus madrugones para hacerme el bocadillo, cuando el macuto de scout podría ser 2/3 de mi cuerpo a pesar de que me abrochaba a duras penas la cinta abdominal que cruzaba mi cintura, y una de esas fue la razón por la que me levantaste más pronto durante una buena época para que me comiera el plato diario de mixtura de fruta que hacías que me desayunara.
Y esos interminables aunque finos cuadernos verdes de caligrafía Rubio" que me tocaba completar por las tardes, que con una leve sonrisa te digo que bien sabemos tu y yo que no sirvió para nada.
Odiaba cortarme el pelo e iba refunfuñando a aquel lugar donde me moría de vergüenza cuando me lo cortaban aquellas adolescentes tardías confundidas que aprendían mientras yo era el cabeza de turco.
Siempre me decías de pequeño que debiera leer, y tratabas de convencerme con algún cuento o libro que no me seducía, y años después, sucedió que comencé a ver con buenos ojos esos libros que ahora me cuesta encontrar espacio para darlos cabida sobre mis estanterías. Y si hablo de libros te puedo decir que el año pasado cuando me regalaste un milagro en equilibrio de Lucía Etxebarría, si, ese que sale un bebe en la portada, algunas madrugadas que me quedaba leyéndolo se me escapó alguna lágrima extrapolándolo a ti, y fue entonces cuando pensé más seriamente en escribirte esta carta que ahora sostienes en tus manos.
Y siempre va contigo, aunque no entiendo por qué, ese miedo al legado que me has dado y que tan orgulloso porto, ese trozo tan grande de mi donde si alguien fuera capaz de escarbar otra vez, aparecerías tu, abanderando mi manera de ser y proceder, de pensar y esa sensibilidad que te ahora embarga a ti y que sé, que en este instante moja tus pómulos y a mi me dará todo esto un poco de vergüenza.
No temas, casi todo lo que soy, y en suma, casi lo único que tengo, se fraguó aprendiendo de ti mientras tú pensabas que tiraba mi vida por la borda.
Mama, el próximo domingo es el día de la madre, y yo aquí, expendiendo mi tiempo escribiendo una carta, sin regalo que darte.