Sigo aquí, estropeando superficies en blanco, aún más responsable estrenando año y miedo, como el que sentí al escuchar las campanadas, tanto año para tan pocas ganas, y lo peor: Me sigue mi cuerpo, esta infraestructura que errando y errante recorre y acorta los días del año, partícipe de mis miserias, que obvian el poco respeto que a veces me tengo.
Seamos subjetivos, tengo 365 días y los puedo utilizar como un comienzo o como un fin; y por allí estarán mis dudas convirtiéndose en factos olvidando su lugar de origen, el miedo congénito de los doce primeros segundos representados en campanadas, doce campanazos que amedrentan tanto que sesgan la mínima voluntad que siempre tengo.