Ella viaja en uno de los asientos de atrás, y entretiene el tiempo cerrando los
ojos frente a las farolas que dispuestas en batería inundan de luz la autopista
relevándose las unas a las otras a medida que el autobús va devorando con
parsimonia los kilómetros.
Apoya la sien derecha en el cristal, donde al otro lado las gotas de lluvia
golpean y se escapan, traviesas, acercando su contenido hídrico hacia la chapa
del portón del maletero del autobús.
Siente como la luz se apoya sobre sus párpados provocando un haz amarillento en su retina a la vez que oye un tímido rugido que proviene de debajo de su asiento, el sonido del motor que se extiende como una letanía en sus oídos y en su sueño.
En una fila de asientos por delante de Laura viaja una pareja, ella no duerme pero cierra los ojos mientras escucha música a través de sus auriculares, él apoya la cabeza en el asiento que tiene delante girando a la derecha su cuello, abusando del efecto espejo que tiene el cristal y mira obstinado, deleitándose, en aquel gesto dulce que porta Laura: Los labios rosas, levemente abiertos, los ojos con unas pestañas enormes que casi caen en sus pómulos sonrosados llenos de pecas pueriles, unos rizos rubios que le llegan hasta la clavícula que contrastan con la camiseta de tirantes que deja desnudos sus hombros bronceados, prueba evidente de que estaba siendo uno de los agostos más calurosos.
Tom seguía inquieto, embelesado y alternaba alguna mirada de carácter preventivo a Noe, su chica, para cerciorarse de que no había sido cazado en una de sus miradas furtivas a Laura. Noe estaba recostada muy tranquila, tanto que Tom notó que ya no mantenía tensión en su cuello y que este se balanceaba al ritmo caprichoso del autobús, y fue entonces cuando observó que el aliento de Laura había generado un poco de vaho en el cristal, que comenzaba en la comisura de sus labios con la misma forma de los bocadillos en las viñetas de los tebeos, Tom sonrió, apoyó su axila en el reposacabezas y alzó el brazo para escribir sobre el vaho Me encantas y volvió raudo a sentarse en su butaca correctamente como sino hubiera pasado nada. Comenzó a mirar aburrido al arcén de la carretera, cronometrando mentalmente el tiempo que tardaba el autobús en recorrer la distancia que hay entre cada punto kilométrico, intentando así calcular el tiempo restante de viaje. Allá por el doscientos tres, el autobús giró y tomó el desvió hacia la estación de servicio, el conductor paró y rogó que en veinticinco minutos todos estuvieran en sus asientos, pues partiría sin dilación, y que entretanto podían usar las instalaciones del área de servicio.
Los pasajeros desfilaron por las puerta delantera y trasera, algunos buscando la barra del bar, otros los baños y casi todos en menos de diez minutos estarían compartiendo el porche.
Laura despertó y se encontró con la marca del vaho y el mensaje escrito, giró con inquietud la cabeza a ambos lados buscando a quien darle la autoría, pero estaba sola, hacía diez minutos que había dado el conductor el aviso; cogió su bolso de viaje, compró una botella de agua en el bar y se sentó en el suelo, bajo el porche, con los demás, bebiendo a sorbos atropelladamente y escrutando a todos los pasajeros. La mayoría era gente que viajaba sola, excepto un grupo de chicas que en ese momento hacían cuentas sobre su fondo común.
Laura comenzó a idear su prototipo de escritor de cristales, pensaba que sería un viejo perturbado deseoso de volver a tocar el mismo tipo de carne tersa que habría tocado treinta años atrás, quizá un tipo desgarbado y con pinta de sucio o probablemente un tipo similar pero muy bien vestido, pero no cayó en la cuenta de que estos tipos no viajan en bus y suelen hacer estos viajes en flamantes berlinas. Todas sus conjeturas ejercieron de criba y sirvieron para que la hipotética responsabilidad recayera en un tipo que se acercaba a los sesenta y que apuraba con verdadero ímpetu un cigarrillo negro. Laura aún dudosa empezó a sentir asco por ese hombre a la par que pensaba que fuera el o no, era lindo un gesto así y que hacía demasiado tiempo que no despertaba con una sonrisa y pronto empezó a verlo todo de otra manera, se imaginaba un apuesto joven, un chico desaliñado con media melena y fumando de lado un cigarrillo de marihuana que pisaría la colilla con una zapatilla skater sobre la que se apoyaría en cada una de ellas un camal de un pantalón de tiro bajo y bastante caído, un chico con gafas de pasta, bohemio, extravagante e intelectualoide y que al llegar a su butaca retomaría la lectura de Trópico De Cáncer de Henry Miller.
Y a seis metros de la cabeza de Laura estaban Noe y Tom, esta le recordaba a él que en cuanto el autobús llegara a Cádiz sin falta tendrían que llamar a su familia y ponerse a buscar un hostal barato por la ciudad, Tom, cruzado de brazos, asentía sin ningún interés mientras miraba a Laura, que a su vez al observar los ojos de este entendió perfectamente su mensaje implícito: Fui yoy al asimilarlo alzó las cejas, alejándolas de sus órbitas y fue cuando Tom supo que ella sabía y la vergüenza le azuzó a revisarse la punta de sus zapatos.
Al poco tiempo los viajeros fueron regresando hacia el autobús y retomó la autopista.
Laura y Noe dormían mientras Tom, movía rítmicamente la pierna mordiéndose las uñas de la mano derecha, miró un par de veces hacia atrás, para encontrarse con la silueta de Laura dormitando y acabó por levantarse con sigilo para no despertar ni las sospechas de sus deseos indecorosos hacia Laura ni la vigilia de Noe. Se sentó en el asiento de al lado de Laura y se quedó mirándola mientras sonreía inclinado sobre ella como quien fisga al vecino de abajo desde el balcón.
Laura hacía un ruido muy gracioso al espirar y al inspirar hacia un silbido que daba a entender a Tom que dormía profundamente hasta que el autobús encontró un bache que le sobresaltó y se encontró con la cara de él a veinte centímetros de la punta de su nariz.
¿Qué haces?, ¿Has sido tu quien me escribió eso en el vaho?, preguntó agitadamente -Si, he sido yo, respondió el con una mezcla entre chulesca y tímida, ¿Pues sabes? Creo que no son maneras, me has asustado antes y ahora también, ¿Eres un perturbado?, -por favor baja la voz, dijo Tom mientras señalaba con el dedo índice a Noe que seguía durmiendo plácidamente.
Laura puso una cara como de no entender a quien hacer caso, si a él o a sus ganas de mandarle a tomar por culo, - escúchame anoche no dormí nada, cogí una borrachera terrible, me gustaría dormir tranquila, -bueno está bien
...y calló esperando escuchar el nombre de ella mientras alzaba las cejas señalándola la palma de la mano hacia arriba. Laura, dijo ella, Tom, secundó él mientras se abalanzaba a su mejilla izquierda canalizando una presentación y tratando de mantener una conversación dinámica, forzadamente distendida y ágil le dijo ¿Sabes? Yo hace bastante que no me emborracho, una vez llegué a esa determinación, los días que llegaba borracho a casa me daba cuenta al día siguiente que beber merma mi creatividad, quiero decir que observé que esas noches no soñaba pues no tenía nada que inventar, ni sueños que crear, y no me gusta la gente que no sueña, me parece triste, en resumidas cuentas se podría decir que beber me hacía mediocre y si quiero sentirme así prefiero ponerme en el corcho una foto de mi barriga de perfil.
Laura sonriendo por el comentario de su barriga le dijo, ¿Y quién es más mediocre una chica que duerme una borrachera o un chico que trata de ligarse a una chica a centímetros de su novia? Tom abrumado por el comentario sagaz de Laura volvió a revisarse la punta de los zapatos. ¿A qué juegas? -preguntó él, no sé, pero en todo caso ambos sabemos que vamos uno a cero.
Atiéndeme, -enfatizó Tom- me gustaste, te parecerá absurdo pero por mi parte te puedo decir que fue lo más predecible del mundo girar la cabeza hacia lo asientos de atrás y al encontrarme con esa pintura, tu vida descansando delante de mis ojos y mis horas sentí algo que me golpeó de un modo que dejo inerme a todos mis principios y la modesta educación que obtuve en el colegio y jugando en el parque. Laura cortó la perorata de Tom y le preguntó- ¿Y qué ocurre que antes jugabas en los parques y ahora en los autobuses?, Tom casi sin palabras en la boca acertó a decir ¿Y tú cual patrón te guías por la ética hacia los demás o por la ética hacia tus sentimientos?, ¿Cuál crees que es más digno de recibir el castigo de tu omisión? Me siento estúpido, dijo contrariado mientras se cambiaba a su butaca, Laura siguió su silueta hasta que se sentó, que fue cuando Tom rozo con su rodilla el muslo de Noe, y esta despertó sonriente de verle cerca. Él, forzó una sonrisa y dijo a Noe: Dame la mano, y seguidamente miró hacia la ventana y añadió entre dientes, que a veces es mejor asirse a las mentiras.
¿Te acuerdas? Mi hermana y yo nos peleábamos por coger tu mano derecha al salir del portal de casa camino al colegio, hacia frío, tenía miedo y ganas de regresar a la cama, tu dirimías nuestras diferencias con equidad y me abrochabas aquel abrigo rojo y gris que tuve, ese en el que se me ve en las fotos, cubriendo aquel cuerpo que portaba tan rechoncho, nos dejabas en el colegio y yo no quería que fuera así, a las 16 nos recogías, yo sonreía de verte y volvían las peleas manuales. Un día llegaste tarde y yo, asustado blandí mi cara apoyando las palmas mis manos desde la mandíbula a las sienes, apretujando mis nutridos mofletes y me senté en el bordillo del porche del patio, asustado mirando hacia la valla de entrada, pensando que tu ausencia era tan inusual que te debería haber pasado algo grave, te vi venir y salí corriendo a por ti mientras mi hermana ya te estaba echando la bronca, que insensata.
Al llegar a casa, levemente me acuerdo: Los mundos de yupi, o barrio sésamo y un bocadillo de jamón serrano cortado en trocitos pequeños, o de nocilla untada en un trozo de barra de pan, del cual tardaba poco en hacer cuenta.
En verano íbamos a la playa, los veranos de mi infancia se llaman Santa Pola, yo huía de la muchedumbre de la playa para colarme, ávido de mar, entre la gente hacia donde me cubría el agua a coger caracolas con ermitaño dentro, conchas y ver peces, tu te preocupabas y me decías que no me alejara mucho de la línea imaginaria que trazaba la enorme sombrilla roja y blanca que hundía el yayo en la arena y parecía que mi regreso era paz para ti.
Recuerdo esos jerséis que tenías, uno de rayas anchas horizontales blancas, azules y rojas (o amarillas), yo era muy pequeño y tú estabas guapa con el, después otro horrible amarillo de esos que no tiras porque te da "no sequé".
Veintitrés años sin faltarme atención, mientras tu vida abandona su ser para desembocar bifurcada en dos brazos, Cristina y Raúl.
Y va conmigo, pesándome y acercando mi epicentro al suelo todos esos desvelos y disgustos superfluos que fui aportando en tu vida y que quizá ayudaron a conformar algún pliegue cutáneo en tu tez o si pienso cuantos minutos de vida pude restarte.
Y ese soy yo, ese desagradecido al que le llamas mi tormento y le dices que es él quien te quita y te da la vida.
Y pienso en tus madrugones para hacerme el bocadillo, cuando el macuto de scout podría ser 2/3 de mi cuerpo a pesar de que me abrochaba a duras penas la cinta abdominal que cruzaba mi cintura, y una de esas fue la razón por la que me levantaste más pronto durante una buena época para que me comiera el plato diario de mixtura de fruta que hacías que me desayunara.
Y esos interminables aunque finos cuadernos verdes de caligrafía Rubio" que me tocaba completar por las tardes, que con una leve sonrisa te digo que bien sabemos tu y yo que no sirvió para nada.
Odiaba cortarme el pelo e iba refunfuñando a aquel lugar donde me moría de vergüenza cuando me lo cortaban aquellas adolescentes tardías confundidas que aprendían mientras yo era el cabeza de turco.
Siempre me decías de pequeño que debiera leer, y tratabas de convencerme con algún cuento o libro que no me seducía, y años después, sucedió que comencé a ver con buenos ojos esos libros que ahora me cuesta encontrar espacio para darlos cabida sobre mis estanterías. Y si hablo de libros te puedo decir que el año pasado cuando me regalaste un milagro en equilibrio de Lucía Etxebarría, si, ese que sale un bebe en la portada, algunas madrugadas que me quedaba leyéndolo se me escapó alguna lágrima extrapolándolo a ti, y fue entonces cuando pensé más seriamente en escribirte esta carta que ahora sostienes en tus manos.
Y siempre va contigo, aunque no entiendo por qué, ese miedo al legado que me has dado y que tan orgulloso porto, ese trozo tan grande de mi donde si alguien fuera capaz de escarbar otra vez, aparecerías tu, abanderando mi manera de ser y proceder, de pensar y esa sensibilidad que te ahora embarga a ti y que sé, que en este instante moja tus pómulos y a mi me dará todo esto un poco de vergüenza.
No temas, casi todo lo que soy, y en suma, casi lo único que tengo, se fraguó aprendiendo de ti mientras tú pensabas que tiraba mi vida por la borda.
Mama, el próximo domingo es el día de la madre, y yo aquí, expendiendo mi tiempo escribiendo una carta, sin regalo que darte.